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El humanismo revolucionario del Che


Vivimos en una época de marcha triunfal de la mundialización neo-liberal, de hegemonía abrumadora del «pensamiento único». Para enfrentar el sistema capitalista, en su globalidad intrínsecamente perversa, necesitamos más que nunca de formas de pensamiento y de acción que sean universales, globales, planetarias. De ideas y de ejemplos que sean antagónicos, de la manera más radical, a la idolatría del mercado y del dinero, que se transformó en la religión dominante. Ernesto Che Guevara, como pocos otros dirigentes de la izquierda en el siglo XX, fue un espíritu universal, un internacionalista y un revolucionario consecuente.

Por estas razones, no es de sorprender el interés que suscita, en los últimos tiempos, la figura del Che Guevara. La cantidad de libros, conferencias, artículos, películas y discusiones sobre él no se explica solamente por el efecto conmemorativo del 30º aniversario. ¿Quién se interesaba, en 1983, por los 30 años de la muerte de Stalin?

Los años pasan, las modas cambian, a los modernismos suceden los post-modernismos, las dictaduras son reemplazadas por las democraduras, el keynesianismo por el neo-liberalismo, el muro de Berlín por el muro del dinero. Pero el mensaje del Che Guevara, treinta años después, es una antorcha que sigue quemando, en este oscuro y frío final de siglo.

En sus «Tesis sobre el concepto de historia», Walter Benjamín -el pensador marxista judío-alemán que se suicidó en 1940 para no caer en las manos de la Gestapo- escribía que la memoria de los antepasados vencidos y asesinados es una de las más profundas fuentes de inspiración de la acción revolucionaria de los oprimidos. Ernesto Guevara -junto con José Martí, Emiliano Zapata, Augusto Sandino, Farabundo Martí y Camilo Torres- es una de estas víctimas que cayeron de pie, peleando con las armas en la mano, y que se han vuelto para siempre semillas del futuro sembradas en la tierra latinoamericana, estrellas en el cielo de la esperanza popular, carbones ardientes bajo las cenizas del desencanto.

En todas las manifestaciones revolucionarias en América Latina de los últimos años, de Nicaragua a El Salvador, de Guatemala a México, se percibe la presencia, a veces invisible, del «guevarismo». Su herencia se manifiesta tanto en la imaginación colectiva de los combatientes, como en sus debates sobre los métodos, la estrategia y la naturaleza de la lucha. Se puede considerar el mensaje del Che como una semilla que germinó, durante estos treinta años, en la cultura política de la izquierda latinoamericana, produciendo ramas, hojas y frutos. O como uno de los hilos rojos con los cuales se tejen, de la Patagonia hasta el Río Grande, los sueños, las utopías y las acciones revolucionarias.

¿Estarían hoy en día superadas las ideas del Che? ¿Sería ahora posible cambiar las sociedades latinoamericanas, en las cuales una oligarquía atrincherada en el poder desde siglos monopoliza los recursos, las riquezas y las armas, explotando y oprimiendo al pueblo, sin revolución? Es la tesis que defienden en los últimos años algunos teóricos de la izquierda realista en América Latina, empezando por el talentoso escritor y periodista mexicano Jorge Castañeda, en su reciente libro La utopía desarmada (1993). Pero, a pocos meses de publicado el libro, se dio el levantamiento insu-rreccional de los indígenas de Chiapas, bajo el liderazgo de una organización de utopistas armados, el EZLN, cuyos principales dirigentes tienen sus orígenes en el guevarismo. Es verdad que los zapatistas, contrariamente a los grupos de guerrilla tradicionales, no tienen por objetivo «tomar el poder», sino suscitar la auto-organización de la sociedad civil mexicana en vista de una profunda transformación del sistema social y político del país. Pero sin el levantamiento de enero de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional no se hubiera transformado en una referencia para las víctimas del neo-liberalismo, no sólo en México, sino en toda la América Latina y en el mundo.

Curiosamente, el mismo Jorge Castañeda, en un artículo reciente, publicado en la revista Newsweek, empieza a preguntarse si será realmente posible redistribuir, por métodos democráticos, la riqueza y el poder, concentrados en manos de la élites ricas y poderosas, transformando las estructuras sociales ancestrales de América Latina: si esto se revela, en finales del siglo, demasiado difícil, habrá que reconocer que «después de todo, Guevara no estaba tan equivocado».(1)

El Che no fue solamente un combatiente heroico, sino también un pensador revolucionario, el portador de un proyecto político y moral, de un conjunto de ideas y valores por las cuales luchó y murió. La filosofía que le da a sus opciones políticas e ideológicas su coherencia, su color, su temperatura, es un profundo y auténtico humanismo revolucionario.(2) Para el Che, el verdadero comunista, el verdadero revolucionario es aquel que considera siempre los grandes problemas de la humanidad como sus problemas personales, aquel que es capaz de «sentirse angustiado cuando se asesina a un hombre en cualquier rincón del mundo y sentirse entusiasmado cuando en algún rincón del mundo se alza una nueva bandera de libertad». El internacionalismo del Che -a la vez modo de vida, fe secular, imperativo categórico y patria espiritual- fue la expresión más auténtica, más pura, más combativa y más concreta de este humanismo revolucionario.(3)

Hay una frase de Martí que el Che citaba con frecuencia en sus discursos y en la cual veía «la bandera de la dignidad humana»: «Todo hombre verdadero debe sentir en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre». La lucha por esta dignidad es el principio ético que va a inspirar a Ernesto Guevara en todas sus acciones, desde la batalla de Santa Clara hasta la última tentativa desesperada en las montañas de Bolivia. Tiene tal vez su origen en el Don Quijote, obra que el Che leía en la Sierra Maestra, en los «cursos de literatura» que daba a los reclutas campesinos de la guerrilla, y héroe con el cual se identificaba, irónicamente, en la última carta a sus padres. Pero no por eso es ajena al marxismo. ¿No ha escrito el propio Marx: «El proletariado necesita de su dignidad más todavía que de su pan?» («El comunismo del Observador Renano», septiembre del 1847).

El humanismo del Che era, sin duda ninguna, marxista -pero se trata de un marxismo «heterodoxo», muy distinto de los dogmas de los manuales soviéticos, o de las interpretaciones «estructuralistas» y «anti-humanistas» que se desarrollaron en Europa y América Latina a partir de mediados de los años ‘60. Si el joven Marx de los Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844 le interesa tanto, es porque plantea «concretamente al hombre como individuo humano y los problemas de su liberación como ser social», y porque insiste en la importancia de la conciencia en la lucha contra la enajenación: «Sin esta conciencia, que engloba la de su ser social, no puede haber comunismo». Pero el Che también descubre, con su profunda sensibilidad, el humanismo de El Capital: «El peso de este monumento de la inteligencia humana es tal que nos ha hecho olvidar frecuentemente el carácter humanista (en el mejor sentido de la palabra) de sus inquietudes. La mecánica de las relaciones de producción y su consecuencia, la lucha de clases, oculta en cierta medida el hecho objetivo de que son hombres los que se mueven en el ambiente histórico».(4)

Enemigo mortal del capitalismo y del imperialismo, Ernesto Guevara soñaba con un mundo de justicia y libertad en el cual el hombre deje de ser un lobo para los otros hombres. El ser humano de esta nueva sociedad, que el Che llamaba «el hombre nuevo» o «el hombre del siglo XXI» sería el individuo que ha roto las cadenas de la enajenación, y que se relaciona con los demás con lazos de solidaridad real, de fraternidad universal concreta. (5) Este mundo nuevo, más allá de la esclavitud capitalista, no podía ser sino el socialismo. Es conocido su planteamiento en la célebre «Carta a la Tricontinental» (1967): «No hay más cambios que hacer: o revolución socialista o caricatura de revolución».

Aunque el Che nunca llegó a elaborar una teoría acabada sobre el papel de la democracia en la transición socialista -tal vez la principal laguna de su obra- rechazaba las concepciones autoritarias y dictatoriales que tanto daño hicieron al socialismo en el siglo XX.(6) A los que pretendieron, desde arriba, «educar al pueblo» -falsa doctrina ya criticada por Marx en las Tesis sobre Feuerbach (¿quién va a educar al educador?) -el Che contestaba, en un discurso del 1960: «La primera receta para educar al pueblo ... es hacerlo entrar en revolución. Nunca pretendan educar a un pueblo, para que, por medio de la educación solamente, y con un gobierno despótico encima, aprenda a conquistar sus derechos. Enséñenle, primero que nada, a conquistar sus derechos, y ese pueblo, cuando esté representado en el gobierno, aprenderá todo lo que se le enseñe, y mucho más: será el maestro de todos sin ningún esfuerzo». En otras palabras: la única pedagogía emancipadora es la auto-educación de los pueblos por su propia práctica revolucionaria- o, como lo planteaba Marx en la Ideología Alemana, «en la actividad revolucionaria, el cambio de sí mismo coincide con la modificación de las condiciones».(7)

Sus ideas sobre el socialismo y la democracia estaban aún en evolución en el momento de su muerte, pero se observa claramente en sus discursos y escritos un posicionamiento cada vez más crítico hacia el así llamado «socialismo real» de los herederos del stalinismo. En su famoso «Discurso de Argel» (febrero del 1965), él llamaba a los países que se reclamaban del socialismo a "liquidar su complicidad tácita con los países explotadores del Occidente», que se traducía en las relaciones de intercambio desigual que llevaban con los pueblos en lucha contra el imperialismo. Para el Che «no puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad que se construye o está construido el socialismo, como de índole mundial en relación a todos los pueblos que sufren la opresión imperialista».(8)

Analizando en su ensayo de marzo de 1965, «El socialismo el hombre en Cuba» los modelos de construcción del socialismo vigentes en Europa oriental, el Che rechazaba, siempre a partir de su perspectiva humanista revolucionaria, la concepción que pretendía «vencer al capitalismo con sus propios fetiches»: «Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía tomada como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etc), se puede llegar a un callejón sin salida ... Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer el hombre nuevo».(9)

Uno de los principales peligros del modelo importado de la URSS es el incremento de la desigualdad social y la formación de una capa privilegiada de tecnócratas y burócratas: en este sistema de retribución «son los directores quienes ganan cada vez más. Basta ver en el último proyecto de la RDA, la importancia que adquiere la gestión de director, o mejor, la retribución de la gestión del director».(10)

El socialismo en las Américas, decía José Carlos Mariátegui, no debe ser copia y calco, sino creación heroica. Esto fue precisamente lo que trató de hacer el Che, al rechazar las propuestas de copiar los modelos «realmente existentes», y al buscar una vía nueva, más radical, más igualitaria, más fraterna, más humana, más consecuente con la ética comunista, hacia el socialismo.

Ocho de octubre del 1967: fecha que quedará para siempre en el calendario milenario de la marcha de la humanidad oprimida hacia su auto-emancipación. Las balas pueden asesinar a un combatiente de la libertad pero no sus ideales. Estos sobrevivirán, siempre y cuando germinen en la conciencia de las generaciones que retoman la lucha. Es lo que han descubierto, para su rabia y decepción, los miserables que mataron a Rosa Luxemburgo, a León Trotsky, a Emiliano Zapata y al Che Guevara.

El mundo de hoy, después del fin del llamado «socialismo real», el mundo de la idolatría del dinero y de la religión neo-liberal, parece que está a muchos años-luz de la época en la que luchó y soñó Ernesto Guevara. Pero, para los que no creen en el pseudo-hegeliano «fin de la historia», ni en la eterna perennidad de la explotación capitalista, para los que rechazan las monstruosas injusticias sociales generadas por este sistema, y la marginalización de los pueblos del Sur por el «nuevo orden mundial» imperialista, el mensaje humanista y revolucionario del Che es, hoy más que nunca, una ventanilla abierta hacia el futuro.

NOTAS

1. Jorge Castañeda, «Rebels Without Causes», Newsweek, January 13, 1997: «We may discover, by the end of the century (...) that Che Guevara had a point, after all».

2. He tratado de analizar la filosofía del Che en mi libro El pensamiento del Che Guevara, México, Siglo XXI, 1971 (quince ediciones).

3. E. Che Guevara, Obras 1957-1967, La Habana, Casa de las Américas, 1970, tomo II, pp. 173, 307. Véase también p. 432: La revolución cubana ... es una revolución con características humanistas. Es solidaria con todos los pueblos oprimidos del mundo. Como lo dice sencilla y poéticamente Roberto Fernández Retamar: al Che «no le preocupaba estar al día: lo que le preocupaba era ofrecer al mediodía de la justicia el caudal de sus conocimientos. Y la justicia le reclamó vincularse con los humillados y ofendidos, echar su suerte con los pobres de la tierra», «El Che, imagen del pueblo», Contracorriente, La Habana, Diciembre 1996, Nº6, p.4.

4.«Sobre el sistema presupuestario de financiamiento», 1964, Obras, II, p. 252.

5. Aunque el Che retoma un lenguaje tradicional al hablar del «hombre», esto no quiere decir que fuera un cómplice del patriarcado. Muchos años antes que el tema se volviera candente, él denunciaba, en un discurso del marzo del 1963, las burdas «manifestaciones de discriminación de la mujer» que persistían en Cuba y la ausencia de una verdadera «igualdad de derechos»: «¿Qué indica esto? Pues, sencillamente, que el pasado sigue pensando en nosotros; que la liberación de la mujer no está completa». Obras, I, p. 108. Véanse los comentarios aclaradores sobre este tema en el importante libro de Luis Vitale, Che, una pasión latinoamericana, Buenos Aires, Ediciones Al Frente, 1987, pp. 64-68.

6. Fernando Martínez Heredia tiene razón de subrayar: «Lo incompleto del pensamiento del Che ... tiene incluso aspectos positivos. El gran pensador está ahí, señalando problemas, caminos, mostrando modos, exigiendo a sus compañeros pensar, estudiar, combinar práctica y teoría. Resulta imposible, cuando se asume realmente su pensamiento, dogmatizarlo y convertirlo en otro bastión especulativo y otro recetario de frases». «Che, el socialismo y el comunismo», en Pensar el Che, Centro de Estudios sobre América -Editorial José Martí», La Habana 1989, tomo II, p. 30. Véase también el libro con el mismo título de Fernando Martínez Heredia, Che, el socialismo y el comunismo, La Habana, Premio Casa de las Américas, 1989.

7. E. Che Guevara, Obras, II, p. 87.

8. Ernesto Che Guevara, Obras, tomo II, p. 574.

9. Obras, II, pp. 371-72. Véase también la célebre entrevista con el periodista francés Jean Daniel en julio del 1963: «El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo contra la enajenación. (...) Si el comunismo pasa por alto los hechos de conciencia, podrá ser un método de reparto, pero no es ya una moral revolucionaria». L’Express, París, 25 de julio del 1963, p. 9.

10. E. Che Guevara, «Le plan et les hommes», Oeuvres, París, Maspero, 1972, vol. VI, Textes Inédits, p. 90.

Michael Löwy es sociólogo, director de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París


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